9.3.13

"Mamá, me voy a Francia en el bus de una banda de rock. Grábame Phineasy Ferb"





O de cómo acabé metida en el backstage sin tener la mínima intención.

Cuántas veces se ha oído aquello de que éste no es un país de rock progresivo. Y si bien es cierto que los conciertos que realizan se resumen en pequeños hervideros de testosterona, ostentan un público envidiable entregado al máximo durante horas de duelos de guitarra interminables.

Aún no me había convertido en un sandwich humano cuando aparecieron Roine Stolt y sus Flower Kings en el escenario, ataviados con la última moda de los años 60. Entre algún ajuste de sonido y temas de media hora, Hesse Fröberg, micro en mano, se encaramó ahí donde pudo e hizo suyo el escenario en cuestión de minutos, adornando su potente chorro de voz con sacudidas de pelo Pantene y contoneos con la Les Paul, llamando la atención de las 4 ó 5 chicas que estábamos allí esa noche. Es una de las ventajas de ir a estos conciertos de rock progresivo, el baño nunca de mujeres nunca estará ocupado. Stolt, más hablador y cercano al auditorio, pareció darse cuenta de la situación y bromeó en cuanto al número de público femenino de la noche. Siempre con su porte majestuoso, controló la situación haciendo gala de su envidiable dominio del punteo eléctrico mientras Jonas Reingold, que más tarde nos estaría hablando de su segunda vida como atleta en el bar del local, demostraba con su animada excentricidad que el rol de bajista desapercibido no va con él.

Desde Numbers hasta In the Eyes of the World, la banda sueca deleitó con piezas reminiscentes de la influencia eléctrica del jazz fusión, con matices con regusto a Pink Floyd o Led Zeppelin; o con brillantes pasajes instrumentales, donde en un momento se lució especialmente Tomas Bodin, exaltado tras el teclado.

En plena efervescencia progresiva estaba la pequeña sala madrileña cuando entró el esperado Neal Morse con todo su equipo, entre ellos Mike Portnoy, el mítico batería que en varias ocasiones se encargó de poner la nota de humor del concierto, dirigiendo con las baquetas en la parte de los coros. Baquetas que, una vez más, no pude coger. Claro que jugaba en desventaja si tenía que ganar en salto de altura a los maromos de la primera fila.

Con espontaneidad y cercanía, Neal Morse contagió a la audiencia de una energía inagotable hasta el apoteósico final, combinando teclado con guitarra en un derroche de jovialidad y entusiasmo, como llevando la salvación de la mano. El nuevo Momentum fue el tema que presentó a este genio del progresivo a poco más de las 9 de la noche, entre bromas y saltos del líder del grupo. Sobresalieron las guitarras de Eric Gillette y Adson Sodré, cada uno a un lado del escenario repartiendo perfiladas melodías y riffs desgarradores.

Author of Confusion, The Temple of the Living God, Another World o 12 fueron varias de las piezas que explosionaron a lo largo de la noche, con la notable ausencia de Weathering Sky, que sí se ha podido escuchar en el resto de su tour europeo. World Without End fue la guinda que culminó la parte de Neal y su banda en solitario, poco antes de que hiciera su entrada Roine Stolt para el primer regalo del bis. Fue entonces, donde ya tomaba forma el espíritu Transatlantic, cuando tuvo su momento una de las composiciones más alabadas, la ascética y cálida balada de Bridge Across Forever. Se vio aquí a un Neal muy delicado al teclado en contraposición con anteriores canciones más movidas, donde aprovechaba para recorrerse el escenario con los brazos en alto como la estrella de un coro gospel de iglesia americana.

Poco a poco, a medida que se iban desgranando temas como All of the Above, A Man Can Feel o Rose Colores Glasses, fueron apareciendo los miembros de The Flower Kings al completo, para culminar con Stranger in your Soul en una fiesta frenética de virtuosismo de melodías delirantes acompañadas por la abrasadora batería de Portnoy y los juegos equilibristas de Reingold sujetando el bajo con la barbilla.

Fue a la salida, esperando a que Neal y compañía se dignaran a pasar por la puerta a saludar, cuando descubrimos la segunda ventaja de ir a este tipo de conciertos y no tener pene. Alguien de la organización nos dejó entrar con un "Pasad, pasad" en inglés. Fue cuando descubrí que eso de haberme tirado el verano pasado viendo series en versión original había servido de algo.

Al bajar por las escaleras con cara de Jim Carrey consternado nos recibió Reingold, el bajista de The Flower Kings que hace un rato había hecho malabarismos en el escenario y que ahora casi tenía que hacerlos para lograr mantenerse en pie. En un rato acabamos sentados en las escaleras bebiendo mientras nos contaba sus batallitas de inicio en el mundillo de la música mientras alguien de la organización y Mike Portnoy se pasaban por ahí de vez en cuando. Para entonces, Jonas Reingold ya había propuesto varias veces que todos los que estábamos allí nos fuéramos en el bus de la banda a continuar la fiesta a Bordeaux, donde tendría lugar el próximo concierto. Claro que para entonces tampoco sabía muy bien dónde estaba.

Hubo un momento en el que la situación se volvió más rocambolesca. Fue cuando llegó el bus y al organizador le entró un ataque de pánico porque nadie sabía dónde se había metido Reingold. Tuvimos que recorrer todo el local, ahora lleno de adolescentes bailando electro, por si el bajista se encontraba dándolo todo en algún lugar de la pista. Apareció cuando ya estábamos todos fuera, donde aprovechó para intentar tomar el control de la situación y, tranquilamente, propuso como solución que nos fuéramos todos a Bordeaux.

"Otro día quedamos a comer paella", comentó antes de subirse finalmente al bus.

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